lunes, 15 de agosto de 2011

EL ORIGEN DEL PLANETA DE LOS SIMIOS



Por: Pilar Alberdi

A veces se tiene la extraña idea de que a una gran mayoría de personas no les interesa la Ciencia Ficción, pero es seguro que han visto numerosas películas de este género, entre ellas El planeta de los simios (1968) de la que esta nueva versión, pretende ser un antecedente que explique el inicio de lo que sucedió más tarde.

En medio de estas dos películas ha habido otros títulos relacionados: Regreso al planeta de los simios (1970), Huida del planeta de los simios (1971), La rebelión de los simios (1972), La conquista del planeta de los simios (1973), y la reciente El planeta de los simios (2001).

Pero hablemos de El origen del planeta de los simios dirigida por Rupert Wyatt con guión de Rick Jaffa y Amanda Silver. Y con un elenco de actores formado por James Franco, Andy Serkis, Freida Pinto, Brian Cox, John Liggan, Tom Felton... Me gustaría comentar que la historia original es del escritor francés Pierre Boullar (1912-1994) quien también escribió otra interesante novela, El puente sobre el río Kwai, que dirigió David Lean.

El origen del planeta de los simios llegó a las salas con una crítica muy favorable. Y es verdad que la merece, porque los efectos especiales consiguen resultados admirables, tras lo cual nos cuesta creer que César, el chimpance, no tenga ni un solo pelo verdadero, y esos ojos claros color de miel no sean los suyos, sino un resultado de la técnica gracias al modelo que sirvió para la caracterización, esa especial unión entre gestos y sentimientos del actor Andry Serkis.

La película nos muestra una posible génesis de lo que en su día conocimos como la historia de El planeta de los simios. En aquella, una nave que partía de la Tierra en un remoto futuro realiza un viaje en el tiempo hacia el pasado (1973) y se encuentra con aquel final tan poco estimulante donde los simios se habían hecho con el poder en el mundo y las personas eran utilizadas y cazadas como «animales», una gran sorpresa para el coronel George Taylor (Charlton Heston), jefe del grupo de astronautas al observar que sus congéneres no saben hablar mientras que los simios que se habían convertido en una sociedad altamente jerarquizada sí. De este modo la película que tenemos hoy en pantalla intenta mostrar cómo comenzaron los hechos. El estilo es el que ya nos tiene acostumbrados la cinematografía norteamericana para los films de acción.

Básicamente, la historia muestra un par de temas preocupantes como son las enfermedades degenerativas en las personas mayores (Alzehimer) y los desvelos de un hijo por mejorar las condiciones de vida de su padre, quien padece la enfermedad. Este hijo Jowel Dodman interpretado por James Franco es un joven científico que trabaja en un laboratorio farmacéutico donde se prueban fármacos en simios, antes de llevar estas prácticas a las personas aquejadas de enfermedades.

Más que el poder de represión de las fuerzas de seguridad sobre la rebelión de los simios, deberíamos hablar de las conductas de algunas personas. ¿Cómo reaccionan ante lo que sucede el dueño de un laboratorio farmacéutico, los accionistas, los empleados, incluso los responsables de un refugio para animales? ¿Cuál ha sido su actitud en cada caso? Y también ¿hasta qué punto podemos controlar la conducta de los animales que nos acompañan? ¿De qué modo no aparecerá en algún momento un instinto básico de libertad y supervivencia? ¿De qué modo organizan sus ideas, piensan, aprenden de las personas? ¿Qué terribles resultados podrían ser provocados con la manipulación de fármacos cuyas consecuencias a largo plazo desconocemos?

Con la contestación a estas y otras preguntas que, inevitablemente nos haremos, habremos aprendido algo más de nosotros mismos.

El final nos transmitirá una frase, que no por común dejará de afectarnos emocionalmente, y hasta nos provocará sorpresa que lo haga, pero las reacciones emotivas ya habían sido activadas en otras escenas y secuencias, y este final, era el que como espectadores necesitábamos para dejar atrás la historia.


Como tengo a uno de mis hijos estos días por San Francisco, me inclino a pensar que ha sido el instinto materno el que me ha hecho elegir, precisamente este fin de semana, esta película en donde el centro financiero, los barrios, el puente Golden Gate, y los parajes cercanos a la ciudad cobran un especial protagonismo.

Humanamente todos somos esos simios en nuestros deseos de justicia y respeto. Supongo, que es algo que nunca deberíamos olvidar.




miércoles, 3 de agosto de 2011

UN CUENTO CHINO



Por: Pilar Alberdi


¡Qué buen cine se hace en la Argentina! Pueden sentirse orgullosos. Si la semana pasada comentaba la película El hombre de al lado, las alabanzas que dije por aquella se repiten en ésta. Un cuento chino es una historia donde la cruel realidad tiene, por momentos, destellos fantásticos.

Impactante el comienzo, deslumbrante las interpretaciones de los artistas, excelente el guión y la dirección de Sebastián Borensztein, la fotografía... En fin, todo. El reparto formado por Ricardo Darín, Muriel Santa Ana, Huang Hung-Sheng Iván Romanelli, Javier Pinto, Vivian Jaber...

Pero ¿de qué trata esta historia? Trata de la vida un hombre que lo ha perdido todo o, acaso de algo más simple, de un hombre que ha perdido la esperanza de vivir, la alegría, y que se encuentra con otro que también lo ha perdido todo. En pleno Buenos Aires un encuentro casual entre un occidental y un oriental que no se entienden con palabras, cada uno anclado en su pasado frente a un camino que aún no saben van a recorrer juntos. A su alrededor la vida de un barrio, la gran ciudad, el conservadurismo, la soledad.

Al finalizar la película, mi acompañante y yo, seguíamos anclados en los asientos mirando sin ver pasar las letras de los créditos, y a nuestro alrededor, a la mayoría de los espectadores, les sucedía lo mismo. Sólo un par de parejas jóvenes se levantaron y salieron rápidamente mirando la hora en sus relojes y activando sus teléfonos móviles, llevados, quizá, por la prisa de otra cita. ¿Qué nos sucedió a los demás? Habíamos quedado atrapados en las vidas de Jung y de Roberto, sus conflictos y su posible resolución. Entre las cosas que me quedé pensando, fue que no recordaba que el cine español recogiese el encuentro con la cultura china. Llegada que se produjo antes que en Argentina y que se tradujo allí igual que aquí en numerosos comercios minoristas, mayoristas y en los populares restaurantes. Me quedé pensando que el cine español se hizo eco de la llegada de los inmigrantes marroquies y, en especial de hacerlo en pateras, poniendo en riesgo sus vidas. Por tanto, hay aquí un vacío sobre el encuentro chino-español pero también sobre otros encuentros culturales.

Es verdad, en Argentina, de niños decíamos de aquello que nos resultaba increíble: «¡Es un cuento chino!», pero para los espectadores que no conozcan este dato, el título tendrá referencias literarias, especialmente por lo que prometen las palabras y la escenografía, ese ambiente tan especial con el que da comienzo la película.

Esta historia nos permite comprender que nada es porque sí. Que el carácter que tenemos es producto de la vida que vivimos, y sobre todo, de la forma en que nos situamos y enfrentamos los sucesos del mundo cotidiano que nos ha tocado en suerte. Dos personas ante una misma situación no reaccionan de la misma manera. Y donde unos anticipan un problema, otros ven una oportunidad. Se puede decir más claro todavía, creemos que vamos por la vida con nuestro consciente, pero no es así, este nos sirve para razonar lo que hacemos, para justificarnos, es el que recibió las normas y las reglas, el que indica lo que está bien o mal según lo que cada cual aprendió, pero quien realmente impera en nuestra vida es nuestro inconsciente, y este está formado por aspectos de nuestro propio yo que nos resultan casi desconocidos, por pensamientos y comportamientos repetitivos difíciles de erradicar… Además, cuando se trata de culturas diferentes hace falta algo que se llama «tolerancia» y que incluye ponerse, al menos mental y sentimentalmente, en los zapatos del otro. ¿Quién es esa persona que tengo enfrente? ¿Qué hace solo en esta ciudad? ¿Qué país o que hechos de su vida dejó atrás? Indudablemente, esta serie de preguntas, ya incluyen un interés. Pero, a veces, el interés tarda en llegar… ¿Porque estamos demasiado encerrados en nosotros mismos? Quizá. Esto es lo que le pasa al protagonista. Y para poder ver al otro, para sentirlo y ayudarlo, tiene que ayudarse a sí mismo, tiene que hacer cambios difíciles pero no imposibles. O como se dice en la página oficial de la película: «Roberto es hosco. Roberto es ferretero. Roberto es rutinario. Roberto es coleccionista. Roberto es como es... hasta que…» Hasta que se encuentra con Jung, hasta que se atreve a mirar dentro del corazón del otro y de su propio corazón, hasta que descubre que la palabra chino es algo más que un estereotipo.

Así, mientras mi acompañante buscaba en su mente referencias cinematográficas a la película que acabábamos de ver («el tipo que va a comprar… ¿sabes a quién me recordó?, al tipo aquel de la librería en Nothing Hill, y la música, esos tonos, ese aire a…»). Y así, dando un repaso por una película y otra, por nombres importantes de la cinematografía, yo me quedé pensando en la fotografía, en ese aire setentero, en la Guerra de las Malvinas, en esa especial Buenos Aires, cuando de repente ya estábamos en la puerta de casa, y los dos llegábamos a la conclusión de que detrás de una gran comedia, siempre, siempre hay una tragedia.

Una noche de cine para recordar. ¡Qué buena película!